¿Para qué tanto desarrollo?
Siglos atrás Europa era el epicentro de la Reforma Protestante, grandes predicadores y avivamientos cundieron por todo el territorio del Viejo Continente. Hombres como el francés Juan Calvino, el inglés William Tyndale, el escosés Jhon Knox, el alemán Martín Lutero y el checo Jan Huss fueron nacidos en un tiempo donde predominaba la religiosidad, pero estuvieron dispuestos a poner en riesgo sus vidas por ver una profunda transformación en la fe que tenían sus pueblos. Esa lucha dio como resultado un increíble cambio en las constituciones, economía y estilo de vida en las naciones más al norte del continente.
Actualmente muchos de esos estados se pueden contar entre las principales potencias del mundo o al menos entre los pueblos con mayor equilibrio económico del orbe, como por ejemplo Holanda, Noruega, Alemania, Inglaterra y Bélgica. Dentro de ese mismo grupo de países es tan notoria la influencia reformada en algunos, que hay quienes asumieron la cruz (vacía) como símbolo predominante en sus banderas como en el caso de Suiza, Dinamarca y Suecia. Adicionalmente algunas de estas naciones involucraron la Biblia en sus constituciones o en la legislación que impusieron.
Con el paso de los siglos esas reformas dieron espacio a la bonanza económica y aun viviendo guerras se recuperaron rápidamente, casi de manera milagrosa como en el caso de Alemania. No cabe duda que cualquier politólogo, economista o sociólogo tendría todos los argumentos para desacreditar la teoría de que una transformación espiritual precede a un cambio en la esfera natural de una nación, sin embargo, para aquellos que son creyentes hay un principio incuestionable: toda verdad en la esfera natural tiene un paralelo en lo espiritual, ya que el poder que le fue conferido a la Iglesia fue el de atar y desatar en la tierra para que así mismo fuera hecho en el cielo.
Lo anterior permite entender que la buena condición de estos países se debe a la gracia de Dios sobre ellos por causa del pacto hecho con sus antepasados, que legaron naciones con fundamentos cristianos. Esto es fácil observarlo al visitar Suiza o Suecia, naciones con excelente condición de vida, pero carentes de recursos naturales como el petróleo o minerales valiosos. Su éxito lejos de radicar en la fertilidad de la tierra o la benevolencia del clima, está basado en los principios de convivencia que establecieron generaciones atrás como la integridad, el respeto y la solidaridad, todos surgidos de la Palabra.
Paradójicamente a pesar de todos los beneficios que un día recibieron por causa del avivamiento que se desató en sus naciones, hoy la mayoría de estos países han aceptado reformas en su legislación que contradicen los principios éticos cristianos. Tal es el caso de Noruega que ha legalizado el matrimonio entre homosexuales, Inglaterra que formalizó el aborto como alternativa para las mujeres, Holanda que legalizó la comercialización de una gran variedad de drogas y constituyó la prostitución como profesión, en Suecia el mismo Estado suministra a los adictos la droga con tal de que no generen “problemas mayores a la sociedad” y convirtió en delito el castigo de padres hacia hijos, por citar solo algunos ejemplos.
Al ser países que en occidente son considerados vanguardistas, muchos gobiernos en Latinoamérica han tratado de imitar sus pasos en cuanto a esta legislación se refiere. Movimientos homosexuales, feministas y liberales han logrado abrirse espacio en la constitución de varias naciones como Uruguay, Argentina y México para introducir estos conceptos. Ante tal realidad es trascendental preguntarse si se está imitando este comportamiento con el fin evolucionar como sociedad o lo que se está provocando es el efecto contrario.
Particularmente en los casos europeos sus decisiones anti-Dios han venido precedidos de una disminución significativa en la llama del avivamiento que experimentaron. Las membresía de las congregaciones han caído a tal punto que centenares de templos hoy son usados como museos o discotecas, estas sociedades le han dado la espalda a los conceptos bíblicos que un día respetaron y gran parte de su población se ha vuelto atea. Un condición totalmente opuesta a la que está viviendo América Latina, lugar donde las iglesias crecen descomunalmente, los ministerios de talla internacional surgen por doquier y las manifestaciones del Espíritu están a la orden del día.
Delante de las anteriores conclusiones es importante entender que el acceso a la transformación social de Latinoamérica, que no han logrado los políticos ni los empresarios de la región, depende de la manifestación de la Iglesia de Cristo. Las corrientes venidas de las sociedades europeas son el resultado de su alejamiento absoluto de Dios. Aceptar comportamientos contra la naturaleza divina son la manifestación de las conciencias cauterizadas de su población, por lo tanto, qué sentido tiene abrazar estas ideas si la condición de los latinoamericanos es la contraria a la de los europeos con respecto a Dios.
No hay lógica en comprar los residuos de sociedades en decadencia moral como estas, cuando las nuestras están emergiendo. Neguémonos a creer las mentiras importadas, a aceptar esta clase de perversiones porque nuestros mejores días todavía están por llegar.
Aún no hemos visto el resplandor que ellos ya vieron, no hemos experimentado el avivamiento que ellos sí tuvieron, por lo tanto, no cerremos las puertas para que el Espíritu de Dios pueda reformar nuestras naciones.