La reforma tuvo un abuelo
John Huss fue quemado en la hoguera
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Casi nadie sabe que antes de Lutero existió un predicador en Bohemia, que profetizó su venida.
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Hubo más de 100 años de diferencia entre ellos, pero sus enseñanzas fueron casi las mismas.
¡John Huss!, se oyó un grito violento del guardia. De la oscuridad salió una figura anciana a paso calmo. El reo tenía visitas, importante visitas. Varios obispos enviados por Roma venían nuevamente a tratar de que Huss se retractara de sus predicaciones.
Acompañando al grupo de clérigos venía el amigo de Huss, Lord John de Clum, quien se adelantó a los demás para poder hablar con su amigo: “Maestro Huss, si sabe que es culpable de cualquiera de los cargos que se le imputan, no sienta vergüenza de admitir que estaba equivocado y cambie de parecer”.
Al observar en los ojos de Huss, que quizá se había equivocado con el comentario cambió rápidamente de tono y agregó: “Por otro lado, por favor no traicione su conciencia. Es mejor sufrir el castigo y el martirio que negar lo que uno está convencido que es la verdad”.
Lágrimas brotaron de los ojos de Huss antes de contestar: “Dios Todopoderoso es testigo que de todo corazón y con toda mi mente estoy dispuesto a cambiar mis creencias si el concilio puede mostrarme con la Biblia en la mano que estoy en un error”.
“¿Ven que majadero es? Es un orgulloso, lo que le importa es su opinión y no la de la Iglesia. No va a cambiar nada, seguirá en su error”, murmuraron los obispos cuando lo escucharon.
Al observar que ni la amenaza de muerte hizo doblegar su espíritu, los prelados dieron la orden de enviarlo a la hoguera vivo. De paso aprovecharían el fuego para quemar sus escritos.
Esa noche fue la más angustiante, que había vivido John. Pasó recordando el día en que cometió el error de presentarse ante el concilio de Constanza, según él, para explicar a los líderes de la iglesia detalladamente sus creencias y descubrimientos acerca de la Biblia.
Todo fue un vil engaño. Nadie tenía el interés de oírlo, simplemente querían enjuiciarlo para callar su voz. John se acordó cómo lo encarcelaron y los 19 meses que vivió bajo torturas constantes hasta ser llevado a juicio. Proceso que fue otra mentira.
Aquel tétrico día del juicio los acusadores de Huss leyeron algunos de sus textos, sacando de contexto parte de ellos y tergiversando algunas de sus respuestas sin dejarlo intervenir. En realidad nunca se le permitió defenderse apropiadamente.
Al final se le dieron únicamente dos alternativas: La primera era retractarse de todo lo dicho y admitir su equivocación con el fin de que nunca más volviera a predicar sus creencias para ser reinstalado en suposición de clérigo como si nada hubiera pasado. La segunda era la muerte.
John repasó esa noche una y otra vez la respuesta que les dio ese día a los líderes del concilio: “Estoy a la vista del Señor mi Dios, de ninguna manera puedo hacer lo que me piden. Si lo hiciera, ¿Cómo podría enfrentarme después a Dios? ¿Cómo podría ver a los ojos a aquellos a los que les he enseñado? Ellos ahora tienen un conocimiento firme y cierto de las Escrituras y están armados contra los asaltos del diablo. ¿Cómo podría yo llevarles incertidumbre? ¡No debo ni puedo valorar mi propio cuerpo más que la salud y la salvación de aquellos a los que he enseñado el camino de Jesucristo!”.
Así transcurrió la triste noche para Huss en el calabozo hasta que llegó la mañana en la que debería ser llevado a la hoguera. Un grito de “Huss levántate” despertó intempestivamente al predicador, que se preparaba para convertirse en leyenda sin saberlo conscientemente. Bohemia entera estaba colapsada por su inminente muerte.
Al ser llevado a las afueras de la ciudad para quemarlo una multitud se juntó para seguirlo. Cuando llegó al sitio donde sería ejecutado se arrodilló para orar, pero su verdugo lo interrumpió abruptamente para encadenarlo y burlándose de él: “¿No te da
vergüenza estar atado como un perro?” John respondió: “Mi Señor Jesús fue atado con una cadena peor que esta por mis culpas, ¿Por qué me va a dar vergüenza esta cadena oxidada?”.
Los encargados de su ejecución apilaron leña hasta su barbilla. Encendieron el fuego y de a poco comenzaron a lanzar varios de sus escritos, donde enseñaba sus conceptos acerca de la importancia de que la Biblia fuera traducida al idioma del pueblo y la necesidad de abolir las indulgencias como forma redención divina.
Un obispo se le acercó a Huss para darle una nueva oportunidad de arrepentirse a lo que el predicador contestó irreverente: “¿Díganme, cuál es el error al que debo renunciar? No soy culpable de ningún mal. Enseñé a los hombres el camino del arrepentimiento y el perdón de pecados, de acuerdo a la verdad del evangelio de Cristo
Jesús. Por ese Evangelio estoy yo aquí, y estoy aquí con valor y alegría, listo para sufrir esta muerte. Lo que enseñé con mi boca, ahora lo sellaré con mi sangre”.
Cuando ya parecía que el ardor del fuego aplacaría su voz profetizó lo que le llevaría a la inmortalidad: "Vas a asar un ganso (Huss significa ganso en checo), pero dentro de un siglo te encontrarás con un cisne que no podrás asar" (102 años después, Martín Lutero clavó sus 95 tesis en Wittenberg y en cuya figura de armas sobresalía un cisne).
Para completar su hazaña Huss comenzó a cantar a voz en cuello: "Jesucristo, Hijo de Dios, ten misericordia de mí" hasta inmortalizar su voz para la historia. Este relato fue reproducido por su gran amigo Lord John de Clum por muchos años.
Juan Huss nació en Hussenitz, un pueblo de Bohemia, alrededor del año 1380. Hijo de un campesino pobre que murió cuando Juan era niño, fue criado con mucho esfuerzo por su madre.
Huss fue hecho sacerdote católico en 1400 en lo que hoy se conoce como República Checa. Fue llamado por el concilio de Constanza en la cúspide de su ministerio cuando se había convertido en el rector de la Universidad de Praga.
La historia le reconoce ser uno de los primeros cristianos en rebelarse en contra de muchas de las creencias establecidas por la iglesia que no estaban amparadas a la Palabra.
También defendió el derecho individual de tener una relación personal con Dios, se opuso a que se condenara a muerte a los que no estaban de acuerdo con las enseñanzas de la iglesia. Además, decía que el Papa con su corrupción y a causa de sus pecados mal educaba a las personas lo que lo convertía en la encarnación del Anticristo.
Sus seguidores fueron llamados Husitas y se multiplicaron en momentos en que la Iglesia católica sufría la crisis del llamado "Gran Cisma", cuando había dos papas, a los que en 1409 se agregó un tercero, Alejandro V. Este último Papa condenó a los husitas y excomulgó (es decir, expulsó de la organización católica) a John Huss.
En Europa los seguidores de Huss siempre fueron una minoría, pero en la actual República Checa, los husitas sí fueron muchos e incluso llegaron a tomar las riendas de su nación.
Ningún escrito histórico liga directamente la vida de Huss y la de Lutero, sin embargo, la similitud entre sus enseñanzas a pesar de que entre ellos existió una diferencia de más de 100 años deja ver que entre ellos hubo una ligadura más importante… la espiritual.
Muchos conocen a Martín Lutero como el padre de la reforma protestante, sin embargo, casi nadie sabe que existió un hombre que profetizó su venida y abrió el camino hacia la más grande transformación que ha vivido la iglesia cristiana moderna.