Esta nueva igualdad de género
Es totalmente innecesario apuntar que América Latina ha contado con un largo historial de abusos hacia sus mujeres en prácticamente todos los campos de la vida. Es de sobra conocido el hecho de que los hogares en esta parte del continente ancestralmente han contado con gobiernos patriarcales, donde las mujeres han significado algo en base a la persona que tienen como marido, hermano o padre.
Si bien se han hecho esfuerzos significativos en las últimas décadas para que las mujeres tengan igualdad en oportunidades de estudio, salarios y acceso a la vida política, queda más que claro que estos han sido insuficientes. Basta con recurrir a las encuestas y evidenciar que las mujeres siguen ganando menos que los hombres en condiciones laborales idénticas y cómo los principales puestos de empresas privadas siguen estando, en su mayoría, en manos varoniles.
Los resultados son similares al examinar el aspecto político, puesto que las leyes de muchos países de la región exigen paridad en candidaturas, sin embargo, la mayoría de las sillas gubernamentales no están ocupadas por féminas y en varios casos lejos se está del 50%.
Quizá como un intento por buscar esta igualdad de género está cundiendo una nueva moda en las altas esferas políticas latinoamericanas, donde muchas mujeres están accediendo a la presidencia de sus naciones. Sin embargo, la prudencia por encima de la algarabía resultaría una mejor actitud a la hora de analizar este fenómeno, puesto que el contexto de cada caso habla mucho más, que el simple resultado de tener mujeres presidentas.
El tinte que estaría alcanzando este fenómeno más allá de ayudar a resolver el problema de la injusticia social en contra de las mujeres, podría terminar reviviendo más de un fantasma del arraigado pasado patriarcal.
Nadie puede cuestionar el emerger de importantes figuras femeninas en las sociedades modernas de la región, sin embargo, no han sido sus capacidades personales las que les granjearon el apoyo popular. En varios casos ya, han sido los personajes masculinos detrás de ellas, los que terminan generando la mayor atención y por ende inclinan la balanza a su favor.
Esto ha quedado demostrado en las recientes elecciones de Cristina Fernández en Argentina, Laura Chinchilla en Costa Rica y Dilma Rousseff en Brasil, probablemente ninguna de las anteriores hubiera logrado la presidencia de no ser porque detrás estuvo un hombre que las puso en el pedestal. Resulta difícil imaginar a cualquiera de estas tres personas electas como mandatarias antes que sus predecesores.
Por otra parte, pero siempre en el mismo reglón está la tendencia iniciada por la familia Kirchner y que pareciera haber atraído a más de un político en la región, donde las mujeres son tomadas en cuenta no tanto por su capacidad intelectual, sino por su cercanía a la familia en el poder. Ejemplo vivo de ellos han sido los Colom en Guatemala o los Fujimori en Perú a los cuales también se le suman los fuertes rumores de que algo semejante estarían tramando los Zelaya en Honduras y los Chávez en Venezuela, donde se utilizarían las relaciones maritales o de paternidad para catapultar candidaturas femeninas.
Después de sonar las campanas de celebración por la elección de mujeres como presidentas, sería prudente sentarse a conversar ampliamente del trasfondo de este fenómeno. Las mujeres del continente necesitan evaluar concienzudamente cómo se ha llegado al poder en los casos recientes. Lo anterior porque la tendencia le podría estar lanzando un doble mensaje a las nuevas generaciones, donde se les dice a las jovencitas que ahora pueden llegar a gobernar si lo desean, pero primero necesitan encontrar al hombre que las ayudará a lograrlo.
Consciente o inconscientemente se está remarcando el concepto ancestral de que la mujer alcanza, lo que el hombre le permite. De un fenómeno que en apariencia podría estar llevando a la región hacia la verdadera igualdad de género, también se podría terminar dando vueltas sobre el mismo círculo del dominio masculino, pero bajo distintas circunstancias.
Para impedir que esta idea penetre en la conciencia colectiva resulta fundamental que cada mujer sentada en eminencia haga de su gestión un trabajo sin paralelo, con su sello propio, pero no por el simple hecho de revelarse ante el poder masculino, sino con el objetivo de cumplir con la ciudadanía, hambrienta de respuestas y cansada de excusas.
Sería desastroso para el continente olvidar los sendos ejemplos de Violeta Chamorro o Michell Bachelet ambas mujeres que sobresalieron por mucho del promedio masculino, poniendo a sus países en la órbita mundial con su forma de hacer política. Una en la Nicaragua destruida de la post-guerrilla, logró transformar por completo su país para bien, dejando un legado imborrable en la memoria colectiva del mundo. Y la otra en una nación chilena que más que una salvadora necesitaba una estadista, que supo encontrar el respaldo popular aún al final de su gestión con cifras históricas (más del 80% de los chilenos la aprobaron al final de su periodo), logrando algo que para muchos mandatarios sería impensable.
Muy lejos de desistir en lograr los mandos de poder las latinoamericanas deben aprovechar esta avanzada, sin embargo, también es trascendental hacer un alto en el camino para valorar esta “revolución de presidentas” desde sus raíces y con ello se borre por completo cualquier raíz de la cultura que se acostumbró a pisotear a la mujer o a depender de la benevolencia masculina y de esta manera refundar sociedades justas e igualitarias, donde las oportunidades se den para todos sin importar el sexo.