El enfoque incorrecto de la prosperidad
Recientemente el papa Francisco suspendió a un obispo alemán, quien se gastó $42 millones en la construcción de su casa, un acto aplaudido por propios y extraños. Resulta evidente para todos, excepto quizá para el propio prelado germano, que aquel acto de excentricidad estaba salido del lugar. En un país como Alemania y en un continente como Europa, donde todos tienen en la punta de la lengua la palabra crisis no hay espacio para el lujo y menos de esa clase.
Ya desde hacía tiempo monseñor Franz-Peter Tebartz-van Elst, asentado en la ciudad de Limburgo venía causando polémica por sus elevados gastos. Ante el descontento popular, el Vaticano decidió suspender al obispo mientras se resuelve la investigación, que se lleva en su contra.
Ese acto ejemplarizante, llevado a cabo por el máximo líder de la iglesia católica, pone de relieve una reflexión de la que deberían ser sujetos todos los ministros que prediquen dentro de alguna denominación cristiana. Aprovechar el repudio colectivo que provoca el despilfarro de quien dice ser discípulo de Cristo puede ser un motor de cambio. No siempre el crecimiento viene por el deseo de imitación, en muchas ocasiones se logran hacer reformas importantes usando como parámetro lo que no se quiere ser.
Es válido recalcar que independientemente de que Dios anhele nuestro bienestar y prosperidad, con lo que nadie podría estar en desacuerdo, es claro que Jesús dio un ejemplo de austeridad. Él siempre se mostró como siervo delante de sus seguidores. Sus acciones y enseñanzas denotaron permanentemente el interés de bendecir a otros por encima de obtener un beneficio personal.
La misma Iglesia Primitiva del libro de los Hechos transmite un gran mensaje de austeridad y hermandad cuando aplicaba la distribución de las ofrendas, luego de que estas eran entregadas. “No había, pues, ningún necesitado entre ellos, porque todos los que eran propietarios de terrenos o casas los vendían, traían el precio de lo vendido y lo ponían a los pies de los apóstoles. Y era repartido a cada uno según tenía necesidad”. Hechos 4:34-35.
Ese acto práctico de cristiandad transmite perfectamente una de las inmortales frases de Jesús que dice: “Más bienaventurado es dar que recibir”. En otras palabras, la clave de la prosperidad cristiana no se basa en recibir bastante, sino en aprender a dar cada vez más. El concepto de la acumulación dentro del Nuevo Testamento solo servía para luego ser distribuido equitativamente. Los primeros cristianos encontraban plenitud al ver a sus compañeros de milicia viviendo en buenas condiciones. Frente al flagelo de la persecución ellos actuaban como una gran familia, donde todos los recursos eran usados para el beneficio de todos.
Aunque parezca increíble ese tipo de principios son usados en algunas sociedades modernas. Resulta muy enriquecedor estudiar, por ejemplo, el concepto de los países nórdicos con respecto a la acumulación de dinero, todos ellos curiosamente de fundamentación protestante. En estas sociedades a diferencia de las occidentales americanas los millonarios no están bien vistos. Para un sueco por ejemplo, el hecho de que una persona tenga demasiado dinero significa que ese recurso le hará falta a otra persona en algún lugar. Por lo tanto, alguien que tiene mucho capital no obtendrá aplausos por sus excéntricas compras ni programas de televisión para que todos observen sus despampanantes lujos, ganará la mano fuerte del gobierno cobrándole impuestos.
Visitar países como Noruega o Dinamarca es hablar de bienestar en todos los sentidos. Son líderes en los índices de desarrollo humano con poblaciones que no alcanzan los 10 millones de habitantes. Sus sociedades se anteponen a la adversidad del frio nórdico, tienen uno de los estándares educativos más altos del mundo y tasas de desempleo risibles. Eso va de la mano con condiciones de vida permanentemente austeras. A veces parece que los descendientes de los vikingos están ahorrando constantemente, porque a pesar de que tienen dinero no lo despilfarran ni acumulan escandalosamente. Es sumamente extraño encontrar mansiones en naciones como estas, la mayoría de la gente vive en casas modestas, pero con todas las facilidades necesarias. En palabras sencillas, aprendieron a vivir con lo necesario ni más ni menos. Un pilar que les permite darles buenas condiciones a todos sus habitantes.
El principio de la austeridad y la modestia son valores esenciales de la cristiandad, que al ir acompañados con el del servicio dan un maravilloso aporte a cualquier mensaje de prosperidad. Todo ministro, líder de iglesia o feligrés debe traer un balance sano a sus ambiciones de progreso. Una enseñanza genuina sobre ofrendas no puede enfocarse en pedir solamente para tener, sino dar para repartir. De esa forma la cultura de entregar el patrimonio no se asocia con un acto de manipulación, sino de desprendimiento propio para el bienestar colectivo. Nunca debemos olvidar que todo lo material, ya sean casas, templos, carros un día pasarán, pero el Reino de los Cielos jamás dejará de ser.
Darle un giro a las formas de operar y reflexionar ahora, que la iglesia de Jesucristo está creciendo a pasos agigantados en Latinoamérica puede darle un aire fresco y alentador a cualquier avivamiento que se está gestando. En medio de una hondonada de críticas que recibe la actitud de Franz-Peter Tebartz-van Elst todos los ministros y cristianos en general sin excepción deberían verse al espejo y revisarse delante del Señor si existe en ellos cualquier rastro de codicia o ambición mal sana. Con ese acto nadie pretende llevar nuevamente a los creyentes a la arena romana o inmolar predicadores, como algunos energúmenos desean, lo que se busca es llamar al arrepentimiento y a enderezar la senda si es necesario.
Cada hijo de Dios en su corazón tiene el mayor recurso para encontrar el camino correcto, el Espíritu Santo, quien guía a toda Verdad. Regálele unos minutos a esa maravillosa persona para que le indique cualquier rastro de perversidad y le ayude a caminar nuevamente al lado de Jesús.
“Así que, el que piensa estar firme, mire que no caiga”. I Corintios 10:12.