5 áreas que debe desarrollar un profeta

1) Aprender a encontrar el propósito antes que la profecía:

Un fuerte estigmatización que acompañará permanentemente a un profeta, es el deber implícito de su oficio: sus profecías deben cumplirse.

A pesar de ello es importante analizar el tema desde un marco más amplio. A raíz de la condición humana, esa verdad bíblica muchas veces se ve alterada, tanto por el que profetiza, como por el que escucha la profecía.

Por un lado el que recibe la palabra profética se ve sometido a toda clase de variables a considerar como su estado de ánimo, rumores o sospechas que haya oído acerca de alguien o algo, su falta de madurez para pesar una palabra o visión entre muchas otras cosas que pueden traer al traste una revelación.

En el otro extremo se encuentra el que oye o recibe la profecía, el cual tiene la esperanza de ver completa esa promesa a través de sus ojos. Por un tema de naturaleza humana, todos desean que se les cumpla lo que se les promete, sin embargo, esa perspectiva de inmediatez no es la que el Señor tiene sobre Sus proyectos. Un excelente ejemplo de ello es el caso de Abraham.

Génesis 15: 4 – 6 “Luego vino a él palabra de Jehová, diciendo: –No te heredará este, sino que un hijo tuyo será el que te herede. Entonces lo llevó fuera y le dijo: –Mira ahora los cielos y cuenta las estrellas, si es que las puedes contar. Y añadió: –Así será tu descendencia. Abram creyó a Jehová y le fue contado por justicia”.

Aquel hombre partió de la tierra apenas viendo un pequeño asomo de esa promesa, pudo haber pensado perfectamente que aquello era falso. Todavía su siguiente generación, Isaac, tampoco pudo ver gran cosa sobre aquella profecía. A pesar de todo eso en la actualidad para nadie es un secreto que la profecía se cumplió a través de la nación de Israel.

Lastimosamente la misma ignorancia con respecto a la perspectiva divina correcta sobre las promesas provoca que al no verse los resultados anunciados (en un plazo que muchas veces se determina antojadizamente) se señala una profecía como equivocada, algunos osan llamar al profeta mentiroso, tachándosele en ocasiones de falso.

Todo este contexto humano nos pone frente a una realidad incuestionable, las personas a diferencia de Dios son seres falibles, sensibles a toda clase de errores. Bien describe la Palabra al respecto. 

I Corintios 13: 9-10 “En parte conocemos y en parte profetizamos; pero cuando venga lo perfecto, entonces lo que es en parte se acabará”.

Al seguir profundizando en el tema de la infalibilidad de un profeta se pueden encontrar textos interesantes, que añaden elementos para ser tomados en cuenta a la hora de analizar el asunto. Un ejemplo sumamente interesante es el caso del profeta Micaías y el rey Acab, quien motivado por el rey de Judá, Josafat, busca la revelación profética para decidir si es oportuno o no ir a la batalla.

2 Crónicas 18: 5 Entonces el rey de Israel reunió a cuatrocientos profetas y les preguntó: – ¿Iremos a la guerra contra Ramot de Galaad, o me estaré quieto? Le respondieron: –Sube, porque Dios los entregará en manos del rey.

De forma consensuada la compañía profética dijo que el Señor respaldaría aquella empresa, sin embargo, la historia no terminaría ahí ya que Josafat insistiría en preguntarle a un profeta más, el cual terminaría siendo Micaías. Ese último vidente en ser consultado en principio confirmaría aquella palabra profética que la compañía había traído.  

2 Crónicas 18: 14 “y el rey le dijo: –Micaías, ¿iremos a pelear contra Ramot de Galaad, o debo desistir? Él respondió: –Subid y seréis prosperados, pues serán entregados en vuestras manos.

La incredulidad de Acab sobre aquella profecía lo llevó a pedirle confirmación a Micaías de aquello, ya que él siempre le profetizaba negativamente. Es entonces que el vidente reacciona contradiciéndose así mismo y a toda la compañía de profetas, que había hablado antes. 

2 Crónicas 18: 16 “Entonces Micaías dijo: –He visto a todo Israel disperso por los montes como ovejas sin pastor y Jehová ha dicho: “Estos no tienen señor; vuélvase cada uno en paz a su casa”.

Casi de manera infantil se podría pensar, Micaías cambió completamente la versión de lo que recientemente declaró. Esa contradicción lleva a cuestionarse lo siguiente: ¿Porqué Dios provocaría el error de los profetas? ¿Qué razón motivaría al Espíritu del Señor a que de la boca de los profetas salgan mentiras? La respuesta la da el mismo Micaías al ver la insistencia del rey, revelando un proceso sumamente interesante, que se estaba llevando a cabo en los cielos.

2 Crónicas 18: 18-22 “Entonces Micaías dijo: –Oíd, pues, palabra de Jehová: Yo he visto a Jehová sentado en su trono, y todo el ejército de los cielos estaba a su mano derecha y a su izquierda. Y preguntó Jehová: “¿Quién inducirá a Acab, rey de Israel, para que suba y caiga en Ramot de Galaad?”. Y el uno decía de una manera, y el otro decía de otra. Entonces salió un espíritu que se puso delante de Jehová y dijo: “Yo lo induciré”. Y Jehová le dijo: “¿De qué modo?”. Él respondió: “Saldré y seré espíritu de mentira en la boca de todos sus profetas”. Jehová dijo: “Tú lograrás engañarlo. Anda y hazlo así. Y ahora Jehová ha puesto espíritu de mentira en la boca de estos tus profetas; pues Jehová ha hablado el mal contra ti”.

 Lo anterior podría confundir a cualquiera, que carezca de entendimiento en el área profética. No cabe duda de que resulta anormal que el propio Dios esté de acuerdo en inducir a error a quienes supuestamente son Sus mensajeros sobre la tierra.

Esta historia nos permite entender que la profecía siempre será un canal, no un fin. En otras palabras, la profecía sea cual sea y que provenga verdaderamente de Dios (aunque como en este caso es deliberadamente equivocada) siempre perseguirá el cumplimiento de Su propósito.

En este caso específico la voluntad del Eterno era apartar a Acab del trono de Israel por haber corrompido al pueblo y permitir que fuera en pos de dioses ajenos, detalle importante de destacar. Es muy probable si el rey Acab hubiera sido un hombre íntegro difícilmente buscaría el Señor intentaría engañarlo.  Por el contrario, muy probablemente se dirigiría a él como lo hizo con Abraham cuando estaba por destruir Sodoma y Gomorra, lugar donde se encontraba su sobrino Lot.

Génesis 18:17-19 “Jehová dijo: ¿Encubriré yo a Abraham lo que voy a hacer, habiendo de ser Abraham una nación grande y fuerte y habiendo de ser benditas en él todas las naciones de la tierra? pues yo sé que mandará a sus hijos, y a su casa después de sí, que guarden el camino de Jehová haciendo justicia y juicio, para que haga venir Jehová sobre Abraham lo que ha hablado acerca de él”.

2) Discernimiento de las voces a su alrededor:

Un verdadero profeta tiene que volverse experto en diferenciar la voz de Dios, la voz de si mismo, la voz de los hombres y la voz del diablo, porque de lo contrario, terminara confundiendo al pueblo y lo que es peor aún, trayendo muerte a su propio ministerio.

Esa capacidad de diferenciar no viene con el conocimiento humano ni siquiera con los años como creyente, solo se adquiere con una verdadera vida de íntima comunión con el Espíritu de Dios. Es importante que un profeta aprenda a conocer primero la voz del Altísimo para luego saber desechar el resto de voces a su alrededor.

Un vivo ejemplo de lo anterior fue un profeta de la antigüedad quien se le apareció al rey Jeroboam para desatarle el juicio divino por causa de su pecado, pero al mismo tiempo recibió la orden del Señor de no volver por el camino que había llegado ni compartir nada con aquel rey. 

I Reyes 13: 8-10: "Pero el hombre de Dios respondió al rey: –Aunque me dieras la mitad de tu casa no iría contigo, ni comería pan ni bebería agua en este lugar. Porque así me está ordenado por mandato de Jehová, que me ha dicho: “No comas pan, ni bebas agua, ni regreses por el mismo camino”.  Regresó, pues, por otro camino, y no volvió por el camino por donde había ido a Bet-el".

La historia de aquel profeta llegó a oídos de otro profeta experimentado en la ciudad, quien por una razón desconocida fue al encuentro del vidente que le había hablado a Jeroboam.

I Reyes 13: 14-22 “Se fue tras el hombre de Dios lo halló sentado debajo de una encina. –¿Eres tú el hombre de Dios que vino de Judá? –le preguntó. –Yo soy –le respondió él.  –Ven conmigo a casa y come algo –le dijo entonces.  Pero él respondió: –No podré volver contigo, ni iré contigo, ni tampoco comeré pan ni beberé agua contigo en este lugar. Porque por mandato de Dios me ha sido dicho: “No comas pan ni bebas agua allí, ni regreses por el mismo camino”. El otro le dijo, mintiéndole: –Yo también soy profeta como tú, y un ángel me ha hablado por mandato de Jehová, diciendo: “Tráele contigo a tu casa para que coma pan y beba agua”. Entonces regresó con él y comió pan y bebió agua en su casa. Cuando estaban sentados a la mesa, aconteció que Jehová habló al profeta que lo había hecho volver, el cual clamó al hombre de Dios que había venido de Judá diciendo: «Así dijo Jehová: Por cuanto has sido rebelde al mandato de Jehová, y no guardaste el mandamiento que Jehová, tu Dios, te había prescrito, sino que volviste y comiste pan y bebiste agua en el lugar donde Jehová te había dicho que no comieras pan ni bebieras agua, no entrará tu cuerpo en el sepulcro de tus padres”.

El final del vidente que fue enviado a Jeroboam fue trágico, a pesar de que de la palabra que traía venía de Dios, su incapacidad de discernir entre las voces a su alrededor terminó acabando con su ministerio.

Un verdadero profeta debe aprender a vivir por causa de una palabra y estar dispuesto a darlo todo por ella. Debe desarrollar el discernimiento de un alto grado, porque de esta habilidad dependerá su propia vida. Al momento de tomar decisiones, estas no pueden ser consecuencia de sus emociones o de la presión a su alrededor, sino por causa de lo que el Eterno ha dicho.

Un ejemplo correcto del discernimiento profético fue el caso del profeta Nehemías quien al iniciar la obra de reconstrucción de Jerusalén fue intimidado constantemente por los adversarios del pueblo del Señor. Llegó a tanto aquel problema, que profetas le fueron enviados para confundirlo y alejarlo de la visión, que ya el Señor le había dado de redificar.

Nehemías 6: 10-14 “Después fui a casa de Semaías hijo de Delaía hijo de Mehetabel, porque estaba encerrado. Él me dijo: –Reunámonos en la casa de Dios, dentro del Templo, y cerremos las puertas, porque vienen a matarte; sí, esta noche vendrán a matarte. Pero yo le respondí: – ¿Un hombre como yo ha de huir? ¿Y quién, que fuera como yo, entraría al Templo para salvarse la vida? No entraré. Reconocí que Dios no lo había enviado, sino que decía aquella profecía contra mí porque Tobías y Sanbalat lo habían sobornado. Pues fue sobornado para intimidarme, para que así yo pecara. Ellos aprovecharían esto para crearme mala fama y desprestigiarme. ¡Acuérdate, Dios mío, de Tobías y de Sanbalat, conforme a estas cosas que hicieron; también acuérdate de la profetisa Noadías y de los otros profetas que procuraban infundirme miedo!”

Un profeta no puede perder la perspectiva correcta por la cual está haciendo su trabajo. No puede perder de vista el blanco. Cuando el Eterno le hable a un profeta este debe crear una convicción incuestionable, al menos en su interior, al respecto porque el enemigo intentará confundirlo de cualquier manera.

Al momento de revelar un diseño, el profeta, es responsable de la manifestación (declaración, anuncio, etc.) correcta y plena de ese plan, de lo contrario, pone en riesgo absolutamente todo. El Señor no trabaja para cumplimientos parciales, por lo tanto, el profeta debe ser movido por la misma intención: Traer el diseño completo del Padre celestial a la tierra.   

3) Conocimiento de los tiempos:

Un profeta maduro no solo aprende a decir lo que ve (a través de sueños y visiones) o lo que percibe del Espíritu que debe de ser manifestado, también aprende a conocer los tiempos en los que debe ser expuesta la palabra a los oídos de los hombres.

Tal es el caso de Jesús quien llevó a cabo un acto profético sobre la vida de Simón cambiándole el nombre por Pedro, que significa piedra (Juan 1:42). En su momento aquella acción de Cristo no fue acompañada de ninguna explicación, ya que no era el tiempo de revelarlo.

Jesús, como profeta, pudo ampliarle el panorama a Pedro hasta que su nivel de revelación llegó al punto suficiente para recibir el resto de la profecía que se le debía dar a conocer.

Mateo 16:15-19 “Él les preguntó: –Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Respondiendo Simón Pedro, dijo: –Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente. Entonces le respondió Jesús: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo también te digo que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia, y las puertas del Hades no la dominarán. Y a ti te daré las llaves del reino de los cielos: todo lo que ates en la tierra será atado en los cielos, y todo lo que desates en la tierra será desatado en los cielos”.

Solo hasta que Simón, quien ahora se llamaba Pedro, estuvo preparado espiritualmente para recibir la Palabra fue que Jesús le pudo exponer porqué le había cambiado el nombre. El Profeta sobre todos los profetas no solo conoció la profecía que debía ser confesada, también aprendió a reconocer los tiempos oportunos para exponerla.   

4) Catalización de sueños o visiones proféticas: 

Una forma a través de la cuál Dios expresa la palabra al profeta para que sea revelada a los hombres y mujeres es mediante sueños o visiones que le son compartidos.

Números 12: 6: Y Jehová les dijo: «Oíd ahora mis palabras. Cuando haya entre vosotros un profeta de Jehová, me apareceré a él en visión, en sueños le hablaré.

A pesar de ello, un verdadero profeta debe cuidar la forma en la que usa estos recursos para no caer en manipulación al contar sueños ficticios o aún en adulteración del mensaje divino al usarlos como indirectas. Un profeta tiene que volverse experto en identificar las características que posee un sueño profético para distinguirlo de una pesadilla ocasionada por la indigestión de la cena.

Jeremías 23: 25-29 “Yo he oído lo que aquellos profetas dijeron, profetizando mentira en mi nombre: “¡Soñé, soñé!”. ¿Hasta cuándo estará esto en el corazón de los profetas que profetizan mentira, que profetizan el engaño de su corazón? ¿Con los sueños que cada uno cuenta a su compañero pretenden hacer que mi pueblo se olvide de mi nombre, del mismo modo que sus padres se olvidaron de mi nombre a causa de Baal? El profeta que tenga un sueño, que cuente el sueño; y aquel a quien vaya mi palabra, que cuente mi palabra verdadera. ¿Qué tiene que ver la paja con el trigo?, dice Jehová. ¿No es mi palabra como un fuego, dice Jehová, y como un martillo que quebranta la piedra”.

5) Confirmación de la profecía:

Debido a la condición humana que ostentan, tanto los profetas como quienes reciben una palabra, es siempre importante buscar la confirmación de un mensaje específico del cual no tengamos absoluta certeza.  

Un ejemplo que ayuda a ilustrar perfectamente este aspecto es la vida de Pablo, quien fue visitado por un profeta: Hechos 21:10-13 “Mientras nosotros permanecíamos allí algunos días, descendió de Judea un profeta llamado Agabo, quien, viniendo a vernos, tomó el cinto de Pablo, se ató los pies y las manos y dijo: –Esto dice el Espíritu Santo: “Así atarán los judíos en Jerusalén al hombre de quien es este cinto, y lo entregarán en manos de los gentiles”. Al oír esto, le rogamos nosotros y los de aquel lugar que no subiera a Jerusalén. Pero Pablo respondió: –¿Qué hacéis llorando y quebrantándome el corazón?, pues yo estoy dispuesto no solo a ser atado, sino también a morir en Jerusalén por el nombre del Señor Jesús”.

Pablo curiosamente nunca cuestiona el mensaje del profeta, aunque era una profecía que iba en contra de su propia integridad, no hizo ningún aspaviento adverso. Por el contrario, el resto de creyentes aceptó el mensaje como si fuera totalmente fidedigno, pidiéndole que no continuara su ruta.

Quien lea este texto aisladamente podría cometer el error de pensar que todo lo que diga un profeta debe ser aceptado tal cual viene, sin importar si es negativo o positivo. La tergiversación de un texto como este junto a tantos otros podría llevar a los creyentes a caer en maldición voluntariamente aceptando enfermedades, pobreza, divorcios o muertes sin que sea esa necesariamente la voluntad divina.

Aunque en apariencia el apóstol Pablo y el Pueblo de Dios fue receptivo al mensaje hay una parte de la historia que se omite en ese texto, que ayudará a ampliar el panorama. Para ello hay que regresar en el tiempo dentro de las Escrituras:

Hechos 20: 22-23 “Ahora, ligado yo en espíritu, voy a Jerusalén sin saber lo que allá me ha de acontecer; salvo que el Espíritu Santo por todas las ciudades me da testimonio de que me esperan prisiones y tribulaciones”.

Queda claro que Pablo ya había tenido múltiples confirmaciones acerca de aquella profecía que le anunciaba la cárcel, lo cual nos lleva a entender la importancia de pedirle al Espíritu Santo antes de cualquier decisión trascendental para nuestra vida, Su confirmación sobre cualquier profecía para tener la absoluta certeza en que es el designio divino y no un error del profeta o de nuestros propios deseos.

 

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