La tierra que habla por sí sola

El Camino estuvo en Israel

  • Donde una vez todos concurrían a adorar, hoy muchos arriban para contender.
  • Al ver los desiertos que rodean Israel pocos se imaginarían como este pueblo ha hecho fluir leche y miel.

Mi viaje a Tierra Santa se dio sin sobresaltos, muy distinto a lo que tuvieron que superar los peregrinos de los tiempos bíblicos, quienes tenían que sortear desiertos, bandidos e incomodidades para llegar. A pesar de lo que muchos se imaginarían en la entrada por el área de migración israelí nadie nos alzó a ver, bastó con presentar los papeles requeridos para que nos dejaran arribar a uno de los sitios más peligrosos del planeta. Llegué con la expectativa de conocer los caminos que anduvo Jesús, tal como lo hacen la mayoría de los visitantes occidentales, sin saber que esperar realmente de lo que fue el centro de comando del cristianismo antiguo.

Estereotipos e ideas preconcebidas culpa del bombardeo mediático me impedían ver a Israel como lo que realmente terminó siendo para mí: una tierra santa y guerrera. Sin bien he conocido otras culturas americanas, sé que cruzar el Atlántico siempre significa enfrentarse con otro mundo completamente diferente en comidas, costumbres, razas, leyes, signos, ideas, fes...

Mi gran esperanza para saber valorar este viaje sería que, a diferencia del resto de turistas religiosos, que se hospedan en hoteles y seleccionan sus tours con pinzas para evadir el peligro, yo viviría durante una semana en un kibutz (nombre que le dan los israelíes a sus círculos sociales), movilizándome luego a las distintas ciudades, esperando conseguir una mejor perspectiva del país en que vivió Cristo.

Sin la menor duda, hoy Israel es totalmente diferente a ese entonces, sin embargo, no deja de ser una gran experiencia para cualquiera que abra sus oídos a las enseñanzas de sus ciudades, que brotan de cualquier esquina. Cesarea con sus ruinas romanas, Megido con el valle de Armagedón como vestíbulo, Masada con su fortaleza impenetrable, Galilea con sus milagros por contar y Belén con su pesebre aún fresco son los testigos vivos del relato más maravilloso jamás contado.

A pesar de que se cambió la madera por el concreto y la piedra por el metal hace falta solo un poco de imaginación para entremezclar las historias que siempre oímos de niños y lo que se puede ver hoy en la tierra israelí. Impresiona observar como estructuras tan antiguas han logrado sobrevivir a tantas guerras y conquistadores, pero sobretodo a tantas religiones.

Los recuerdos de aquellos ropajes largos romanizados han dado paso a los sacones negros ortodoxos de quienes esperan con sus acciones agradar al Eterno. Aquellos cientos de asnos cansados ya se fueron porque las llantas les quitaron su lugar. Las especies, las alhajas de oro y los animales para el sacrificio dejaron la puerta del templo, hoy se ven variedades incontables de “souvenirs” por todas partes, sin embargo, la esencia que hace concurrir a miles aún parece estar allí inmutable.

La ciudad amurallada

Todo Israel es grandioso, casi en todas sus ciudades hay historias milenarias que contar, relatos de héroes que quedaron inmortalizados, mas el sitio que tiene su propia vida sin réplica alguna es Jerusalén. Resulta imposible ver sus murallas sin intentar imaginarse todo el esfuerzo que costó levantarlas… y todavía más mantenerlas en pie.

Millones de peregrinos llegan de los sitios más recónditos del planeta a cada segundo, lo que rememora los tiempos bíblicos, donde cientos convergían en la Ciudad Santa para adorar. Mientras unos llegan bajo el brazo con la Torá, otros con el Corán y otros con la Biblia queda muy en claro que los tiempos de paz, que algún día vivió Jerusalén, difícilmente regresarán. Yo a diferencia de muchos, no encontré una ciudad mística ni mágica, yo lo que encontré fue una ciudad dividida, que bajo una aparente pasividad religiosa está lista para hacer erupción.

Una enorme división separa a los sectores más combativos, musulmanes y judíos. El Muro de los Lamentos (sitio donde acuden los judíos para hacer sus oraciones) y la Cúpula de la Roca (lugar donde los musulmanes creen que se encuentra la piedra desde la que Mahoma ascendió al cielo) demuestra la intolerancia existente. En ocasiones lluvias de piedras surcan el cielo de Jerusalén, cuando ambos bandos se congregan a un mismo tiempo en el lugar. Constantes revisiones policiales alertan de ese pasado sangriento, que en reiteradas ocasiones tiñó a las calles de la ciudad antigua.

Al ver esto queda muy claro que el conflicto está lejos de terminar. Con seis capítulos escritos en la era moderna, la lucha entre judíos y musulmanes por el dominio de esta tierra asiática parece interminable. Actualmente Israel mantiene un aislamiento sobre la ciudad de Gaza (considerada la capital del movimiento palestino) debido a la constante agresión emanada de la zona hacia sectores vecinos de Israel. Según las especulaciones de los especialistas la situación puede volverse crítica en escasas semanas debido a la carencia de servicios básicos de salud y alimentación en la región, lo que puede recrudecer el conflicto.

Es en medio de todo ese polvorín que emerge Jerusalén, la capital de una nación nueva (Israel cumple este en el 2008 60 años de vida independiente) tiene en su corazón cuatro grandes válvulas que luchan por sobrevivir independientemente. Sin poder dar certeza de quiénes son mayoría aparecen los musulmanes, los judíos, los armenios (rama cristiana que se separó de los católicos cuando rechazaron la infalibilidad del Papa, poseen gran presencia en zonas como Grecia y Rusia) y los cristianos católicos.

Jerusalén es única, ninguna otra ciudad del mundo puede gozar y llorar sus características. Con cada paso se siente la fe pululando por todos lados. Personas entran y salen de callejones interminables que recorren la ciudad antigua. Mercaderes, peregrinos, cristianos, escépticos, musulmanes y judíos alborotan el ambiente con sus palabras en cualquier idioma. Una catarata de manifestaciones extasían los ojos de los visitantes, cada quien en su frecuencia, a su ritmo y a su manera.

Jerusalén es tan fantástica que quien acude a ella, sea cual sea la razón, no puede parar de caminarla. Cada parpadeo significa la pérdida irreparable de imágenes inmemorables que ni la mejor de las lentes podría retratar.

Las voces del que llama, las manos del que trae y las pisadas del que lleva son las experiencias multisensoriales que da este lugar a quien se lo permita. Por más dudas que se traigan nadie permanece indómito ante el poder de la fe.

Con cada sitio recorrido da la impresión que hay espacio para todos, pero en realidad no hay campo para nadie más. Al ver para cualquier rincón se siente que todos están allí, presentes y ausentes al mismo tiempo.

Jerusalén no pasa, ni se detiene y tampoco espera. Le ha marcado su ritmo a cuantos conquistadores han pasado por ella, cuando piensan que la tienen presa a sus pies se revela. Ni romanos, ni moros, ni cristianos, ni judíos… todos han fallado en su empresa, quizá porque no han podido darse cuenta que Jerusalén no es de ellos, ni de nadie, es de todos.

Encontrando un nuevo destino

“La ciudad amurallada” es el centro de una nación, que obligada por el mundo ha tenido que desplazar su liderazgo a Tel Aviv, puerto espléndido con lo suficiente del pasado y del presente entre sus puertas. Justo frente al Mediterráneo enseña como “el pueblo escogido” ha logrado sobreponerse a todas las adversidades existentes para estar nuevamente al frente. Rezagadas, pero no menos importantes están Haifa y Netanya par de joyas enclaustradas en el mismo mar que Tel Aviv con las cuales queda muy en claro el ingenio israelí.

Y es que Israel es la tercera nación asiática en cuestiones de desarrollo económico, esto a pesar de las constantes divisiones de territorio que le significan la lucha contra los palestinos, a quienes ya les han cedido Gaza, Jericó, Ramala y las mitades de Hebrón y Belén por mencionar algunas.

Resulta abrumador ver como una nación rodeada por desiertos ha convertido sus valles y en especial el de Armagedón en increíbles centros agrícolas donde se puede hallar desde viñedos hasta maizales, desde aguacates hasta olivos.

Los colores infinitos que recorren sus laderas dejan con la boca abierta al mejor de los agrónomos, que mientras suda perfectamente 44 grados a la sombra, puede observar el verdor exuberante de cualquier selva tropical con sus bananos, mangos y cítricos colgando.

Es tal vez esa enemistad con sus hermanos árabes la que ha vuelto a Israel tan fuerte en tan poco tiempo. Y es que los sionistas saben que en caso de emergencia nadie a su alrededor correrá en su socorro (todos los vecinos de Israel han tratado de invadir su territorio en un pasado reciente).

En medio de la soledad Israel ha sabido crecer, con incesantes brotes de violencia trata de olvidar su pasado para encontrar un mejor futuro. Con constructores de distintos pasaportes, pero con un mismo ideal ha ido levantando nuevamente sus muros. Si bien no sabe lo que es la paz, intenta al menos regalársela a su niños en medio de los kibutz, quienes con inocencia crecen en un mundo de adultos que les enseñan a odiar.

Tanta ha sido la violencia, que para los días de la conmemoración de la independencia de Israel el país completo se detiene para recordar a los tantos caídos que ha tendido esta interminable lucha.

Quizá aunque la mayoría de los judíos israelitas detesten recordar su pasado neo testamentario, sin duda les encanta rememorar las promesas que el Eterno les hizo en la Torá y la promesa de una tierra propia es algo de lo que nunca se olvidarán, pero que a su vez, en ocasiones, los hace extralimitarse.

Israel a pesar de que ha visto ante sus ojos cumplirse la profecía de tener un territorio donde fluye leche y miel, no ha podido olvidar que en un pasado lo que hoy tiene no fue suyo y pareciera les falta mucho de la factura por pagar.

Tras un maestro llamado Jesús

A pesar tanta convulsión y todas experiencias vividas en esta “Tierra Santa” hubo una en especial que me marcó como ninguna otra. Fue la visita que hicimos al sepulcro donde habían puesto el cuerpo de Jesús después de su crucifixión y antes de su resurrección.

Una fila interminable esperaba bajo el sol abrazador con más de 40 grados. Gentes de todas las razas y distintas tendencias cristianas esperaban ansiosas poder entrar al afamado lugar. Con forme se acercaba nuestro turno fácil era ver manifestaciones de toda clase, personas postradas besando el sitio, otras llorando y frotándose con las piedras de la antigua tumba. Cada experiencia iba atrayendo una atmósfera de expectativa muy fuerte en los presentes. Cuantas menos personas en la línea quedaban, más eran las inquietudes que alborotaban mi cabeza.

Al entrar al santuario la sorpresa no surgió por lo inesperado ni por lo extraordinario del recinto, tampoco fue porque retumbaran las palabras de Jesús en las paredes, por el contrario, lo más inquietante fue encontrar un lugar tan común y corriente como tantos otros. Una simple cueva, que si bien estaba rodeada por arquitectura humana no tenía nada salido de lo normal. Piedras como tantas otras, resonancias como las de cualquier recinto cerrado. Por más que se intentase diferenciar el sepulcro significativamente era imposible.

Admito intenté, como imagino que muchos otros antes que yo lo hicieron, encontrar alguna piedra con forma irregular que me diera la excelente excusa para concluir este reportaje, quizá alguna palabra tallada sin querer por los dedos del maestro antes de salir, pero no di con nada. Esa tumba no tenía nada que me diera el final perfecto para mi trabajo. Tanto esperar para quedar con las manos vacías, literalmente las palabras sobraban para describir aquella tumba.

Fue saliendo de aquel sitio que me percaté del porqué. Subiendo las escalinatas que me llevaban a la salida alcé mi mirada hacia uno de los tantos pórticos del lugar y fije mis ojos en la frase escrita que decía: “¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? Él no está muerto sino que ha resucitado” (Lucas 24: 5-6).

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